Déjame que te cuente...
Deja hablar a un sofá y te contará historias que te sorprenderán.
Relatará conversaciones que ha escuchado, peleas presenciadas, besos sentidos y los traseros que ha palpado.
Tumbada en este sofá recién aterrizado de casa de mi madre, regalo de quien fue como un padre, escucho las palabras bordadas en sus cojines y el susurro del reposabrazos.
No para de hablar, necesita desahogarse.
Me recuerda las noches que hemos dormido juntos con los pies por fuera, cuidando a una madre enferma, con mi piel y su tela en alerta.
Rompe a llorar.
No soportaba la soledad de la casa desde que ella nos dejó. Ya no había hijos sentados, acariciando su mano. Ya no le pisaban con descuido los biznietos para estar a su lado, ni ponía sus pezuñas, Lara, para sentir su tacto.
El silencio sepulcral había callado a Arguiñano, a La Rueda de la Fortuna, a María Teresa Campos, a Carlos Sobera y a Pasa Palabra.
Ya no había flores que admirar.
Me acurruco a su regazo bajo la manta de los buenos recuerdos y calmo su tristeza.
Entonces, me agradece la alegría y el amor con el que le he recibido en este nuevo hogar, ahora su hogar.
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